lunes, 2 de junio de 2008

El lugar y la palabra, de Fernando Renjifo


Al día siguiente el señor E. se levantó con un pésimo estado de ánimo. Se prometió no volver a tomar una copa en toda su vida y se acordó de la invitación de Ó., un sesudo teórico con el que su voto de abstemia no correría peligro, para ir a ver una obra en Alcalá de Henares. Pensó que el viajecito al campo le sentaría bien. La obra era de Fernando Renjifo, se llamaba El lugar y la palabra. Conversación interferida. Beirut, y era la primera entrega de la serie El exilio y el reino. De camino a La Galera, una iglesia reciclada en teatro, se cruzó con una comitiva nupcial que salía de la Universidad vieja, ella vestida de blanco, el consorte al lado y grupos revoloteando alrededor. Los grupos de gente charlando a la entrada del teatro le recordaron la escena anterior, ¿círculos de amigos y familiares esperando que empezara la ceremonia?, aunque peor vestidos. De pronto, como obedeciendo a un arcano, la gente comenzó a entrar en el edificio del teatro-iglesia mientras seguían igualmente de charla.


En la obra no había actores, ni imágenes, sólo un espacio vacío, unos textos proyectados y voces de conversaciones en varios idiomas. Lo apacible del ambiente fue un bálsamo para su resaca. Que no hubiera nadie motando el circo, dando gritos o tratando de hacerse famoso, le reconcilió con el teatro. Aquella poesía extraña que se proyectaba en la pantalla y la sonoridad del árabe le recordó cuando de niño iba a misa con sus padres. El señor E. no entendió mucho todo aquello, pero se sintió bendecido, de vez en cuando leía algún texto y la cabeza se le iba para regresar nuevamente al silencio de la sala, a por otro texto, sonido o sugerencia para un nuevo viaje comunitario por la intimidad de su historia. Al final de la representación (a la que por cierto casi se olvida de aplaudir, pero no porque nadie se lo prohibiera) se consideró redimido de sus pecados y absuelto de su promesa, y enganchó lo que pudo en una fiesta que hubo después (por si a alguien le quedaba alguna duda de lo que aquello tenía realmente de ceremonia) en la que se celebraba el final del curso del Aula de Teatro de la Universidad, o algo así. Al día siguiente su amigo Ó. le mandó un texto para explicarle la obra y el mundo (como era su costumbre); lo empezó a leer, le pareció inspirado, aunque igualmente un poco parroquial, y sin terminar de leerlo lo mandó a la gente del blog por si les interesaba.


Nota del blog: También nos pidió por pudor y buena educación que quitáramos la diatriba del sábado contra el artista, que achacó al alcohol y a sus ganas de odiar a alguien antes que a su escaso conocimiento de estética, teatro o anti-teatro.

No hay comentarios: